Luis Ospina

La brisa de las cuatro de la tarde cae breve y refrescante sobre el cuerpo. El asfalto caliente de las calles que dirigen hacia el Teatro San Fernando va recibiendo los pasos de peatones desprevenidos y otros que caminan con determinación y ansias. Jóvenes extasiados y cinéfilos empedernidos. Parejas que se miran con dulzura y extraños que se miran como manteniendo las distancias. Es un sábado cualquiera en Cali, en la década de los 70. En la cartelera del cine club quizás era Luis Buñuel con Tristana o Edipo Rey de Pier Paolo Pasolini o incluso Para Atrapar al Ladrón de Alfred Hitchcock, no importa, es lo de menos. Lo importante es esa comunión, esa llegada, esa fascinación y el ritual de ir al cine en teatro de una sola pantalla y después salir y andar la calle y ser joven hablando de los Stones en un Parque o esperando “aguzarse” en una pista.

Su esencia, a pesar del tiempo, se mantiene, o al menos lo intenta. Cuatro décadas largas después de esas tardes cálidas en los 70, Cali, “La Sucursal del Cielo”, aún conserva ese espíritu de una juventud en constante coqueteo pasional con el arte. Un coqueteo que motiva, que invita a crear, un coqueteo inquieto.

Un coqueteo intenso como el que tuvo Luis Ospina con la ciudad, el cine y la música durante toda su vida. Una aventura que lo llevó en 2009 a convertirse en el director artístico de una institución que va a llevar por siempre su nombre como legado: El Festival Internacional de Cine de Cali, uno de los más vanguardistas y curado bajo el ojo agudo de su creador quien antes de fallecer el 27 de septiembre de 2019, dejó lista la curaduría y programación de la décimo primera edición que se llevará a cabo en salas a lo largo y ancho de la “Capital mundial de la salsa” del 7 al 11 de noviembre.

Casi un centenar de proyecciones entre cortos y largometrajes harán parte de esta entrega que por primera vez no tendrá la presencia física de una de las mentes más brillantes del cine en Colombia, pero que servirá como excusa para descubrirlo en cada franja, en la selección de proyecciones nacionales y locales, eso que vio en su propio territorio y lo marcó; el repertorio de películas internacionales que pensó que valdrían la pena presentar en su Cali cinéfila; en esas rarezas del cine experimental; en esa magia de llevar y proyectar en espacios no convencionales y claro, la retrospectiva de su obra, la muestra más fiel de su esencia para alguien que dio su vida a crear y trascender en la misma.

Pero sobretodo, una oportunidad para celebrar y hacer de esa frase que escogió como eslogan de esta versión ¡VAMOS AL CINE!, un mantra que nos devuelva a esa Cali de antaño, donde cada función tenía esa emoción y esas ansias de descubrir un mundo intangible a través de la pantalla.

La fiesta será siempre a su nombre, las salas ese templo sagrado del entretenimiento y el conocimiento y las rumbas hasta la madrugada con su música favorita, el fin máximo de un ritual que nunca se termina y que solo se repite.

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